Por todas las bondades ecológicas, sociales, económicas y espirituales la siembra de árboles ha sido la actividad más persistente desde 1991, cuando se adquirió la nca. De los 15 árboles viejos, tristes y solitarios que aún sobrevivían, pasamos en 1996 a 2.500, en el año 2000 a 8.500 y en la actualidad a más de 30.000. Es decir, el árbol se ha constituido en la columna vertebral de todos los sistemas productivos y de protección, al ser sembrados en las orillas de los caños, linderos, dentro de los cultivos, los potreros y por doquier, en todos los espacios posibles.
Dentro de las especies arbóreas más representativas se encuentran el cedro, el caoba, el cucharo, el alma negra, el zazafrás, el cacay, el samán, el cabo de hacha, el yopo e innumerables palmáceas, frutales y ornamentales que conforman el mosaico majestuoso de especies productoras de oxígeno, aptas para la alimentación, producción de polen, nueces, semillas, energía y maderas para la construcción de viviendas, muebles y artesanías. Como bosque productivo, este paisaje arbóreo sirve con sus troncos para el soporte de la pimienta negra, la vainilla, el maní amazónico, el yagé, las orquídeas y las bromelias. En su seno alberga el esplendoroso mundo faunístico y florístico, propio de los bosques tropicales en el que se albergan innumerables especies de aves, reptiles, insectos, roedores y mamíferos. Otro de los activos biológicos importantes de los bosques establecidos en la finca es la guadua, importante para conservar los ecosistemas, pero además para construcciones agrícolas y pecuarias.